Una profesora mexicoamericana luchó contra el fenómeno del impostor. Ahora ayuda a otros a superarlo
Las paredes de la oficina #311 de la Facultad de Administración de Empresas de la Universidad Loyola Marymount están cubiertas de diplomas y premios. Simbolizan los muchos logros de Angélica S. Gutiérrez y las dificultades que superó para ganarlos.
La mayoría de los académicos sentirían una permanente y justificada satisfacción personal al exhibir tales testimonios. Sin embargo, Gutiérrez, de 45 años, que creció en el seno de una familia inmigrante de Lincoln Heights, tiene que pellizcarse con frecuencia para creer que sus logros son reales.
Como muchas personas de orígenes similares que conoce en sus investigaciones, Gutiérrez sufre del llamado fenómeno del impostor, al que ella se refiere como “impostorización”. Es la incómoda y siempre presente sensación de que eres un fraude, que tus éxitos no son merecidos y sólo es cuestión de tiempo para que te desenmascaren como el fracasado que realmente eres.
Típica e irónicamente este fenómeno tiende a afectar a las personas con grandes logros. En Estados Unidos, la sensación de ser un impostor también tiende a afectar de forma desproporcionada a las mujeres, las personas de color y los inmigrantes o sus descendientes.
“Investigo y me he dado cuenta de que hay bastantes personas que sienten eso”, dijo Gutiérrez. Pero, añadió, muchas latinas y latinos viven la realidad de sentirse impostores “cuando se encuentran en un entorno en el que la gente a su alrededor no se parece a ellos”.
La sensación de ser un impostor a menudo va de la mano con el sentimiento de que debes trabajar el doble y tener el doble de éxito para demostrar tu valía en una sociedad que duda fácilmente de la gente como tú. La Asociación Americana de Psicología (APA) calcula que hasta el 82% de la población estadounidense padece este trastorno, que puede provocar ansiedad, depresión, menor asunción de riesgos en la carrera y agotamiento profesional.
Como profesora asociada de Administración en la universidad privada jesuita del oeste de Los Ángeles, Gutiérrez ayuda a estudiantes de orígenes similares a superar sus propias inseguridades.
“Lo que me ha ayudado mucho es reflexionar sobre mis logros y recordar que todo lo que hago ayudará a la gente que viene detrás de mí”, afirma.
Una ciudad de California y otra de El Salvador se miran con sentimientos encontrados, una combinación de gratitud y culpa
Entre los jóvenes que luchaban contra sus propias dudas cuando conoció a Gutiérrez, estaba Alyssa Nevárez, una joven de 24 años de ascendencia mexicana de Redwood City. En la LMU obtuvo su licenciatura en Comunicaciones y Estudios Chicanx/Latinx en 2021 y dos años más tarde obtuvo un máster en Administración de Empresas.
Tomó la clase de Gutiérrez en Gestión y Comportamiento Organizacional en el otoño de 2022.
“A lo largo de mi trayectoria académica en una institución predominantemente blanca, ella fue la primera profesora latina que encontré fuera de mi departamento de Estudios Chicanx-Latinx”, recuerda Nevárez.
“Las normas y la cultura a menudo tácitas del mundo corporativo plantearon desafíos para mí, pero la orientación de la profesora Gutiérrez fortaleció mi confianza”, continuó. “La profesora Gutiérrez entendía de dónde venían mis luchas y ansiedades, porque ella se enfrentó a retos similares cuando empezó su carrera. Cuando le pedí consejo sobre mis aspiraciones futuras, me instó a apuntar más alto, reconociendo mi potencial”.
En muchos aspectos, Gutiérrez es una estrella académica. Es invitada regularmente a conferencias empresariales y universitarias sobre administración de empresas. Acostumbra a dar presentaciones sobre “impostorización”, un término que acuñó a partir de su investigación y que será el tema central de un libro de próxima publicación.
En 2015, cuando Gutiérrez tenía 37 años, fue seleccionada como una de las mejores académicas del planeta en el campo de la administración de empresas por Poets & Quants, que publica anualmente “The World’s Best 40 Under 40 Business School Professors.”
“Podría decirse que Angélica S. Gutiérrez, de la Universidad Loyola Marymount, está impulsada por su propio afán de superar obstáculos y por un genuino deseo de ayudar a los estudiantes a hacer lo mismo”, escribió Poets & Quants. Sus alumnos dicen que tiene “una pasión y un celo contagiosos” y que “más que enseñar, fomenta en sus alumnos la sed de conocimiento y del éxito”.
Sus colegas en LMU también tienen a Gutiérrez en alta estima.
“Su estilo es muy atractivo, interactivo y dedicado a asegurar que sus estudiantes aprendan activamente”, dijo Dayle M. Smith, profesora de liderazgo y comportamiento organizacional y decana de la Facultad de Administración de Empresas en LMU. “Angélica va más allá y siempre está ahí para apoyar a sus estudiantes”.
Sin embargo, en su campo y en su lugar de trabajo, Gutiérrez sigue perteneciendo a una minoría. En la Universidad Loyola Marymount, sólo el 9.8% de los profesores son latinos o latinas, según el Institutional Research and Decision Support de LMU. A nivel nacional, el 27.8% de los académicos de administración de empresas son latinos, según The PhD Project.
Gutiérrez ha escrito una treintena de artículos y ensayos académicos, varios de los cuales se centran en la “impostorización”. Aunque la base teórica del “fenómeno del impostor” procede principalmente de la psicología y campos afines, Gutiérrez se centra en su relación con las prácticas empresariales, los entornos sociales y las políticas laborales dirigidas a las “minorías” étnicas y de otro tipo. Gutiérrez introdujo y definió su concepto de “impostorización” en un artículo publicado en septiembre de 2021 en DiversityIncBestPractices.com.
“Utilizo el término para describir la forma en que el entorno nos hace sentir impostores”, dijo, añadiendo que espera que el término gane adeptos entre otros académicos y se convierta en un término comúnmente aceptado para describir este fenómeno.
El concepto de fenómeno del impostor se remonta a la década de 1970, cuando dos psicoterapeutas estadounidenses, Suzanne Imes y Pauline Rose Clance, definieron el fenómeno y empezaron a investigar sobre el tema.
“El fenómeno es muy antiguo”, dijo Elisa Jiménez, psicoterapeuta y directora ejecutiva de la organización sin ánimo de lucro California Mental Health Connection, señalando que aún no se considera un síndrome porque no es una categoría dentro del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5-TR), el manual de salud mental.
Jiménez dijo que el fenómeno del impostor es frecuentemente identificado erróneamente “como ansiedad, depresión o baja autoestima, aunque todo está relacionado”.
Pero la afección es más profunda.
“Las personas con el fenómeno del impostor creen que lo que hacen no es suficiente; hagan lo que hagan, piensan que lo han conseguido por suerte”, dijo Jiménez. Las personas que lo experimentan suelen sentirse avergonzadas de sus éxitos y luchan contra “vocecitas” en su cabeza que les dicen que no son dignos.
“Hay que hacer conexiones y comunicar esos miedos, encontrar a las personas adecuadas y compartir esos secretos”, dijo Jiménez.
El camino que llevó a Gutiérrez a UCLA, donde en 2000 se graduó con honores con un promedio general de 3.5 y una licenciatura en Ciencias Políticas, luego a la Universidad de Michigan y finalmente a la Anderson School of Management de UCLA, comenzó en Lincoln Heights, donde vivió hasta los 17 años.
Allí fue donde tres influencias fundamentales marcaron su infancia y adolescencia: la familia, la escuela y su fe católica romana. También fue allí donde algunas de las dudas que aún alberga se introdujeron en su joven conciencia.
Su madre, Imelda Saucedo, emigró de Durango (México) a California en los años setenta. Su padre abandonó a la familia cuando Gutiérrez tenía 7 años. Su madre tuvo que criar sola a Gutiérrez y a su hermano menor, que nacieron con apenas un año de diferencia.
Un niño mexicano nació con una pierna 11 pulgadas más corta que la otra. Una cirugía extraordinaria y un amigo inquebrantable le ayudaron a caminar por sí mismo.
Un día, no hace mucho, vestida con pantalones vaqueros y tenis, y acompañada por un reportero, Gutiérrez regresó a la iglesia católica de Nuestra Señora de Guadalupe, donde estudió la escuela primaria. La visita agitó un mar de emociones. Entre el trinar de los pájaros, habló de recibir ahí los sacramentos y de celebrar sus quince años. La casa de su familia estaba a sólo 321 metros de la escuela, un recorrido de siete minutos.
“También me trae recuerdos tristes”, dice Gutiérrez, refiriéndose a sus años de escuela primaria. “Recuerdo que lloraba mucho, sufría mucho porque no entendía el idioma [inglés]. No me iba bien en las clases, reprobaba materias, no podía hacer las tareas, así que batallé bastante. Nunca pensé que me iba a poder graduar de aquí”.
Sus problemas personales no se limitaban al patio de la escuela.
En aquella época, su madre ganaba dinero repartiendo el tiempo entre cuidar niños, trabajar unas horas para una compañía de seguros y cocinar, planchar y limpiar para los vecinos. La economía familiar era ajustada porque la madre de Gutiérrez estaba decidida a que sus dos hijos fueran a una escuela privada.
Gutiérrez hacía su parte reciclando latas que recogía de sus amigos durante la hora del almuerzo. Ella y su madre buscaban más materiales reciclables en los parques los fines de semana. “Nunca sentí pena. Mi madre siempre nos inculcó lo importante que es trabajar y salir adelante”, dice.
Desde mediados de los 80 hasta principios de los 90, el vecindario de su familia, en lo alto de una colina de Galena Street, al sur del parque regional Ernest E. Debs, estuvo plagado de la violencia de pandillas. Las patrullas y los helicópteros de la policía eran omnipresentes.
“Nada más se metía el sol y empezaba la balacera”, recuerda.
La madre de Gutiérrez, que no hablaba inglés y se había visto obligada a dejar la escuela después de sexto grado para ir a trabajar a una fábrica, insistía en el valor de la educación para sus hijos.
“Quiero que estudies algo, para que no tengas que matarte tanto como lo he hecho yo”, les decía a sus hijos al volver del trabajo con las manos llenas de ampollas.
Antes de abandonar a la familia, el padre de los niños no estaba de acuerdo en que la educación superior de su hija fuera a ser rentable.
“¿Para qué la vamos a poner a la escuela?”, se quejaba. “Nada más se va a casar, va a tener hijos, no vale la pena hacer ningún esfuerzo, ni invertir el tiempo en ella”.
Para no contradecir a su marido, la madre de Gutiérrez enseñó a su hija a leer, escribir y matemáticas en casa, pero totalmente en español. En segundo grado, las dificultades de la niña con el inglés habían creado un efecto dominó.
“Es obvio que tu hija tiene una discapacidad de aprendizaje, porque no participa, no habla”, dijeron el director y una profesora a la madre de Gutiérrez a través de un traductor. “La vas a tener que poner en otra escuela, donde tengan los recursos especiales para ella”, advirtieron.
Aunque siguió luchando en la escuela durante algún tiempo, Gutiérrez fue capaz de perseverar con la ayuda de dos mujeres: su madre y una profesora de secundaria que constantemente alentaba sus ambiciones y la empujaba a unirse al consejo estudiantil.
La estudiante de la Escuela Secundaria de Santa Ana estudiará biología en el otoño de 2021. Pero primero tuvo que ayudar a su padre a salir de un centro de detención de inmigrantes.
Mientras estaba en la escuela secundaria, Gutiérrez planeó inscribirse en un colegio comunitario, cursar dos clases y trabajar a tiempo completo para ayudar económicamente a su familia. Pero su futuro dio un vuelco cuando recibió una beca de TELACU (The East Los Angeles Community Union), la institución pionera fundada en 1968 para servir a las comunidades desfavorecidas.
“Vimos en ella mucho potencial, compromiso y una visión no sólo para ayudarse a sí misma, sino también a los demás”, afirma Priscilla Lizárraga, vicepresidenta de TELACU. “Ella es un modelo, en todo lo que hace está abriendo el camino para los que vienen detrás”.
Armada con su beca, Gutiérrez se matriculó en UCLA. En 2007 se convirtió en profesora asistente en la universidad, puesto que ocupó hasta 2012, año en el que obtuvo su doctorado.
Cuando fue contratada en Loyola Marymount, el decano era Dennis Draper, profesor de finanzas, quien la recuerda como la “candidata perfecta”.
“Sabíamos que tenía sensibilidad hacia los estudiantes, sabíamos que su forma de trabajar con la gente era estimulante y comprensiva, que es lo que realmente quieres en un buen miembro del profesorado”, dijo Draper.
“Ella podía hacer todas esas cosas, podía hacerlas con eficacia, y yo lo supe inmediatamente en 2013”, añadió. “Y los últimos 10 años han demostrado que es cierto”.
En abril de 2022, Gutiérrez regresó a UCLA, su alma mater, invitada por la Latino Alumni Association. Ataviada con un impecable traje morado, Gutiérrez, que mide poco más de metro y medio, se dirigió al podio para hablar sobre “el arte de la negociación”.
“Estoy muy emocionada de volver a casa, he pasado muchos años de mi vida aquí”, dijo a un auditorio abarrotado, iniciando su charla con su habitual estilo enérgico.
“Utilizo mucho las manos”, continuó Gutiérrez, una oradora consumada que ha realizado presentaciones ante el personal de Mattel, Abbott Laboratories, el Banco de la Reserva Federal de Nueva York y la Facultad de Medicina de Harvard, entre otras instituciones.
En un momento anterior de su vida, Gutiérrez pensó que le resultaría casi imposible graduarse, por no hablar de convertirse en una persona que diera una conferencia.
Su primer semestre en UCLA, en otoño de 1995, fue complicado y traumático para Gutiérrez. Aunque sólo estaba a 19 millas de la casa de su madre, era la primera vez que vivía de forma independiente. Se sentía sola y triste. Había pocos estudiantes latinos en sus clases.
“No era difícil académicamente”, recuerda. Los problemas eran “más emocionales y psicológicos, estar lejos de mis seres queridos. Me sentía como una extranjera, como que no pertenecía”.
En más de 40 años impartiendo clases universitarias, la profesora de investigación Concepción Valadez ha observado que el entorno de procedencia de los estudiantes influye mucho en el desarrollo de la “impostorización”. El efecto más alarmante, según ella, es que los jóvenes que no buscan ayuda para dejar a un lado esas percepciones dañinas e inexactas de sí mismos pueden acabar desistiendo y abandonando los estudios.
“No es un problema sólo de la comunidad misma, sino del país”, afirmó la investigadora del Departamento de Educación de UCLA.
Valadez afirmó que muchos estudiantes latinos llegan a la universidad pensando que no están preparados. Tienen miedo a fracasar y sienten que no pertenecen a su nuevo entorno, donde a menudo son minoría. Se frustran cuando no obtienen las mismas buenas calificaciones que tenían en la secundaria.
Es importante que estos estudiantes se den cuenta de que lo que pueden considerar un revés permanente es probablemente sólo un problema temporal.
“No es para siempre”, dice Valadez. “No aceptes que es una etiqueta para toda la vida, no dejes que otros te pongan esa marca de que ‘no puedes’”.
Ese es el mensaje que Gutiérrez transmite ahora en su propia aula y en escuelas y centros comunitarios que visita.
“Intento ir a hacer presentaciones y contarles un poco más, porque marca una gran diferencia ver a un latino o a una latina”, dice Gutiérrez. “Es importante motivar a los estudiantes y hacerles sentir que pueden triunfar”.
José Zelaya, el único diseñador y animador digital salvadoreño de Disney Television Animation, de niño soñaba con “trabajar para Mickey Mouse”.
Darnell Brown, de 23 años, un angelino nativo que se graduó de LMU en mayo pasado con una maestría en administración y ahora trabaja para una empresa de telecomunicaciones, dijo que Gutiérrez le ayudó a superar sus propios sentimientos del fenómeno del impostor.
“Definitivamente golpea un poco al principio, sobre todo cuando empiezas a asentarte en estos puestos altos y te das cuenta de que hay menos gente que se parece a ti o que tiene tu color de piel”, dijo Brown, que es afroamericano.
Brown dijo que Gutiérrez sigue ofreciéndole apoyo en su nueva carrera como coordinador de ventas y marketing.
“Me he dado cuenta de que aprender a conquistar estos sentimientos es parte del camino para fortalecer tu confianza como persona y de que siempre serás tu peor crítico”, continuó. “En el momento en que te das cuenta de que realmente mereces estar donde estás, de todo el trabajo duro que has hecho y de todo lo que tu familia/amigos pueden haber sacrificado para llegar a donde estás, creo que ya has dado los primeros pasos para superarlo”.
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